RAMÓN BALTAR
EL FUTURO equipo rectoral de la USC tendrá que vérselas con un hueso duro de roer: cuadrar la cantidad con la calidad del servicio. Tarea que supone un conocimiento cabal de la situación y de los marcadores de tendencias.
El crecimiento espectacular de nuestra universidad en los últimos decenios produjo descompensaciones notorias y, también, vicios que es preciso erradicar. Por más que los autores estén orgullosos de su legado hipotecario, hay un hecho cierto e incuestionable: no aparecemos en ninguna de las tablas de clasificación de establecimientos de enseñanza superior a escala mundial. El que algunos profesores de la casa tengan reconocimiento internacional no permite pedir revisión del expediente.
Ocurre que los dirigentes universitarios se han contagiado del virus mayor de la política; hacer creer a los ciudadanos que trabajan para ellos en vez de hacerlo sin dar cuartos al pregonero. Han caído en la trampa de la imagen y de los eslóganes de impacto mediático. No es cosa mala que la sociedad sea informada de lo que hace la universidad, que para eso la paga, pero mejor sería que la conociera más por los resultados que por la propaganda. Se impone dejar los relatos fantasiosos.
No es en efecto hacedero que una universidad de pasado oscuro en sólo una generación o dos se convierta en un referente académico internacional a la altura de las grandes de siempre. Para lograrlo hace falta mucho más tiempo, voluntad disciplinada y una estrategia de desarrollo selectivo consistente. ¿Las tenemos?
El nivel de excelencia no está a nuestro alcance, pero no podemos dispensarnos de intentar llegar al de competencia general que nos corresponde. Va en el sueldo.
Profesor titular de Latín